• Este trastorno, que se caracteriza por la dificultad o incapacidad para mantener la atención voluntaria frente a determinadas actividades, afecta a entre el 3% y 5% de la población escolar. Es importante detectarlo a tiempo y existe farmacología para su tratamiento. Hay niños con inteligencia normal que en la sala de clases no van al ritmo de sus compañeros, tienen bajo rendimiento, se ven desmotivados, desorganizados con los materiales escolares y poco comprometidos con sus tareas. En algunos se observa una constante hiperactividad, que muchas veces provoca el castigo por parte de los profesores, y en otros una apatía, como si estuvieran ausentes. Éstas son algunas de las peculiaridades que presentan los menores que sufren el denominado “trastorno por déficit de la atención” (TDA). Según explica el doctor Juan Andrés Mosca Arestizabal, psiquiatra infanto-juvenil, el TDA es una alteración biológica, con fuerte componente genético, que condiciona un síndrome conductual que incluye fundamentalmente tres aspectos: dificultades para lograr una concentración adecuada en las actividades cognitivas, hiperactividad motora y escaso control de impulsos. “Si bien los estilos de crianza y el nivel de exigencia al cual esté sometido el menor pueden ser factores importantes en la manifestación de sus dificultades, hay otros que, como la dieta o la estimulación por medios tecnológicos, se han descartado como factores causales”. Los especialistas recalcan que esta es una condición que produce alteraciones en la capacidad de atención y concentración, y se manifiesta en niños y niñas con inteligencia normal. Lo que los caracteriza es la mayor frecuencia e intensidad de estas conductas, si se los compara con otros menores de la misma edad. El DTA puede tener consecuencias en el rendimiento escolar, con bajas calificaciones; en el desarrollo de la personalidad, con baja autoestima y sentimiento de inutilidad y frustración; y en el proceso de integración social, con dificultad para relacionarse, aislamiento, problemas de disciplina, rechazo social y discriminación. Diagnóstico El diagnóstico de este trastorno debe ser realizado exclusivamente por un neurólogo o un psiquiatra infantil. El doctor Mosca, quien se desempeña en el instituto psiquiátrico “Doctor José Horwitz Barak”, como docente de Neurofisiología en la Universidad de Santiago y, además, es coordinador clínico de salud mental infanto-juvenil en Integramédica, señala que hoy en día, este diagnóstico constituye el principal motivo de consulta en los servicios de salud mental infantil. Precisa que según el ’Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders’ , Washington, EEUU (1994), entre el 3% y 5% de la población escolar sufre de este trastorno. Se da con mayor frecuencia en hombres que en mujeres, con una proporción de 4 o 5:1. El médico precisa que “no existe diferencia en la prevalencia de este cuadro en estudios actuales o anteriores, pero el mayor nivel de exigencia escolar actual, con jornadas extenuantes y con un menor nivel de actividades recreativas y deportivas de los estudiantes en Chile, así como también la cada vez más escasa presencia de la mamá en la crianza, debido a su mayor incorporación en el trabajo, hace que los niños tengan menos orientación de sus impulsos y que se manifieste con una mayor magnitud su inmadurez”. Sintomatología Los especialistas señalan que la sintomatología que caracteriza a este trastorno es variada. En los niños hiperactivos se evidencia un alto nivel de actividad motora, junto a la impulsividad. En general se observan conductas frecuentes como: no poder quedarse quieto; levantarse a cada rato de su asiento en el colegio; tener dificultad para hacer cosas en forma tranquila y estar activo en situaciones en que es inapropiado; hablar en forma excesiva e interrumpir frecuentemente, entre otras. Es decir, es un niño al que “no se le gastan las pilas”. Es importante destacar que si bien es cierto que un alto porcentaje de niños hiperactivos presentan problemas atencionales, no todos los menores con este trastorno exhiben una hiperactividad motora. Se estima que el 50% de los niños con TDA, no presentan hiperactividad, sino más bien en una falta real de actividad, llamada también hipoactividad. Estos niños parecen estar en otro mundo, con su mirada perdida. En la clase, su tranquilidad les hace flotar por largos períodos no captando la información contenida en la explicación del profesor, pierden detalles esenciales al recibirla y procesarla en forma desordenada. Lo aprendido no aparece en su pantalla mental cuando lo requieren. Poseen una memoria vaga, dispersa. No reaccionan de inmediato, por ello el trabajo escolar les consume mucho esfuerzo y les agota rápidamente. Tratamiento Farmacológico El doctor Mosca sostiene que el tratamiento farmacológico es fundamental para lograr reducir la dificultad que tiene el niño para lograr la concentración en sus actividades, así como también para disminuir la hiperactividad y la impulsividad. Añade que “sin embargo, es igualmente importante considerar que este síndrome se asocia en el 60% de los casos a cuadros como depresión, ansiedad, dislexia y otros que también son objetivo de tratamiento farmacológico”. Insiste en que “también se debe considerar que este trastorno se asocia con dificultades para el desarrollo socioemocional y la configuración de una buena autoestima, dado en parte por la reacción que se genera por el desajuste familiar, que origina las dificultades conductuales del menor y que pone a prueba el sistema familiar. Es por esto que la elección adecuada de un tratamiento farmacológico requiere una amplia evaluación de todas estas variables. Una de las novedades recientes en el tratamiento farmacológico del TDA lo constituye la atomoxetina, medicamento que no tiene propiedades sicoestimulantes. “La atomoxetina es muy eficaz y adecuada en cuadros de déficit atencional con síntomas ansiosos o depresivos comórbidos, dando seguridad en su uso”. Agrega que la utilización prolongada de este fármaco permite no sólo mejorar el aprendizaje escolar, sino que también un mejor desarrollo socioemocional, y optimizar el ajuste social y familiar, lo cual se traduce en un menor riesgo de depresión en el niño, reduciendo a la mitad el peligro de adicciones a drogas y alcohol en la adolescencia, si se le compara con aquellos menores con déficit atencional que no reciben tratamiento farmacológico. |
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